Sunday, June 22, 2008

 

Ese dejo que se nos pega

Tiffany Roberts nació en Indiana hace más de 60 años; aprendió a hablar aquí, con la suave cadencia que el inglés tiene en este bellísimo estado del Midwest norteamericano (donde, dicho sea de paso, vivo yo ahora). Cierto día de 1999, sufrió un derrame cerebral. Tuvo mucha suerte y sobrevivió. Pero no quedó intacta. Su manera de hablar cambió de súbito: ahora habla con un distintivo acento londinense (aunque nunca había estado en Inglaterra). Hasta su médico creyó que estaba fingiendo, sus vecinos se burlaban de ella (si hubiera estado en el Perú, la habrían llamado huachafa, o quizá hasta chola), todos la desconocían; por supuesto, entró en pánico, se encerró en casa, desarrolló agorafobia. Cuatro años después, una amiga le alcanzó un artículo que describía su condición, el Síndrome del Acento Extranjero (Foreign Accent Syndrome), una enfermedad del lenguaje que afecta a algunas personas que han sufrido lesiones cerebrales. Su historia es extraordinaria porque se mezclan en ella el miedo, el prejuicio y la ignorancia, y porque en este caso, por fortuna, tuvo un final feliz. Vale la pena escucharla completa:



Su caso, aunque raro, no es único---también le ha ocurrido a hablantes de español (a veces el habla resultante se percibe como dejo francés). El Síndrome del Acento Extranjero es una poco conocida dolencia, que desafía las concepciones populares acerca del lenguaje. La gente no suele pensar que la lengua está en la cabeza de cada hablante (y en ningún otro lugar), y que por lo tanto su destino está indisolublemente ligado con la suerte de la mente y el cerebro, cualquiera que esta sea. En estos casos, una lesión cerebral provoca que los pacientes modifiquen su modo de hablar (en particular, la entonación, el silabeo, la cantidad vocálica), y ese cambio es percibido por los demás como si fuera un acento extranjero (de cualquier lengua o variedad que tenga rasgos similares)---si a alguien le interesa una explicación más especializada, puede leer los artículos de este reciente volumen del Journal of Neurolinguistics, dedicado al tema, donde se describen varias de las razones por la que eso ocurre.

Pero hay un detalle en la historia de Tiffany Roberts que merece otro tipo de atención. Como les ha pasado a otras personas con el mismo síndrome, su comunidad reaccionó agresivamente, con una actitud de rechazo e incredulidad. Por algún motivo, la gente tiene la firme convicción de que la lengua es inmóvil, perenne e inmodificable. Que cuando una persona habla distinto, eso ocurre, de algún modo secreto, por su culpa: la diferencia se atribuye a una falta de inteligencia, a una impostura, a un descuido en el cultivo personal. Los pacientes del Síndrome del Acento Extranjero reciben una exoneración impecable (aunque casi desconocida): su cerebro ha sufrido un cambio violento. Otros no tienen tanta suerte.

Los cambios mentales que producen el "acento extranjero" no tienen que ocurrir violentamente, ni con una lesión. Ni siquiera tienen que ser súbitos. En efecto, cada vez que un adulto aprende una segunda lengua, a través de un proceso gradual de contacto lingüístico, habla esta segunda lengua "con un acento extranjero". Poco o nada puede hacer esta persona para evitar ese acento---los especialistas llaman Periodo Crítico al tiempo durante el cual uno puede adquirir una lengua como hablante nativo, sin "acento" (normalmente, hasta los 12 años). Pero los hablantes de segundas lenguas también sufren discriminación en las comunidades donde residen; su acento los delata como extranjeros y atrae inmediatamente sobre ellos todos los prejuicios asociados con esa condición. A diferencia de Tiffany Roberts, no pueden invocar una lesión cerebral---sin embargo, como han mostrado los estudiosos, el cerebro de un hablante bilingüe sí cambia con respecto a un monolingüe, aunque claro, en forma progresiva, por medio de la interacción comunicativa (los interesados pueden leer el fascinante libro de Michael Paradis, A Neurolinguistic Theory of Bilingualism). En ese sentido, es más fácil que sucumban al prejuicio, impuesto por la discriminación, de que su acento es, misteriosamente, culpa suya, que son ellos los que no saben hablar bien, los que han fallado. Por esa razón, en casi todas partes, los inmigrantes se esfuerzan al máximo por borrar toda huella de su lengua, impiden que sus hijos la aprendan, tratan desesperadamente de adaptarse.

Pero no solamente los hablantes de una segunda lengua tienen que lidiar con los problemas que trae el acento ajeno, o el dejo. Todos reconocemos cómo hablan los argentinos, los colombianos, los chilenos que viven en nuestro país. Y por supuesto, ellos nos reconocen también en el suyo. También reconocemos cómo hablan los cuzqueños, los de la selva, los de Huancavelica. El dejo ajeno es frecuente motivo de burla, y muchas veces, causa directa de discriminación. Noten que en estos casos uno se está burlando de la capacidad de la gente para mantener su conocimiento, su propia forma de hablar.

Es interesante comprobar que la burla por la razón contraria existe también.

Hay ciertas personas que tienen una especial habilidad para adaptarse rápidamente a su entorno lingüístico. Si viajan a una comunidad de habla diferente, son capaces de reconocer y usar los giros novedosos que encuentran, incorporándolos fácilmente a su forma de hablar (de la misma manera, hay personas para quienes es más fácil aprender una segunda lengua e imitar el acento nativo). Nótese que esto debería ser visto como una ventaja; es la capacidad para asimilarse, para conectarse con sus interlocutores, para poner aparte lo que uno sabe e identificarse con el otro. Sin embargo, esto también es motivo de burla. Cuando una de estas personas viaja a Argentina, a Colombia o al Brasil, y regresa con trazas de esas variedades ajenas (con dejo), nos reímos, nos parece ridículo. Esta burla no es diferente a las anteriores, es también una instancia de rechazo a lo diferente, la actualización de un prejuicio. Aquí también, les echamos la culpa a estas personas, atribuimos el dejo a su presunta cursilería, a su huachafería, o peor, a su choledad. Como en los otros casos, esta atribución es también un acto de ignorancia.

Un ejemplo de lo irracional que resulta esta burla nos lo proporciona este post, que un amigo me hace llegar. El post ridiculiza precisamente el dejo que les queda a las personas cuando viajan a países extranjeros. Y nos da algunos ejemplos de lo que ellos consideran un acto huachafo (o cholo, como parece que ellos prefieren). Uno de los ejemplos es el de la actriz peruana Gianella Neyra, que reside en Argentina hace varios años; curiosamente, el video que exhiben como prueba del delito es una entrevista que la actriz da a un reportero argentino que habla, por supuesto, en español argentino. En otras palabras, se la está acusando de hablar como su interlocutor, de adaptar su habla a la comunidad donde vive, es decir, de comportarse como un ser humano. Juzgue el lector por sí mismo:



Otro ejemplo es el de un joven pastor afroperuano que es caracterizado como un "bamba" por la voz en off del video:



Claramente, esta persona es un hablante nativo de español y tiene un dejo portugués. Sin embargo, no sabemos nada más de él. No sabemos, por ejemplo, si ha estado en contacto con personas que hablan portugués (sin ir muy lejos, el video presenta a otros pastores que sí parecen ser hablantes nativos de portugués, hablando en español). El post asume que su dejo es "bamba", es decir, que es fingido, que no es real (y supongo que por eso lo incluye dentro de lo cholo). [Actualización: Me informa un comentarista que este individuo podría ser parte de una presunta red de estafadores, y que su dejo es una construcción ex profeso. Si esto es cierto, claramente subraya el caracter absurdo de la acusación de hacer eso por ser cholo. ¿O acaso era cholo James Bond cuando fingía un acento extranjero para engañar a sus enemigos?]

Uno podría limitarse a decir que los autores del blog en cuestión simplemente ignoran que el dejo no se produce por un acto consciente del hablante---después de todo, la inmensa mayoría ignora eso. Sin embargo, hay dos cosas que son muy peculiares acerca de su post.

En primer lugar, está la pretensión de que el dejo caracteriza lo cholo. Es decir, que es parte de ser peruano el adoptar dejos extranjeros cuando se viaja fuera. Esto es curioso porque no se requiere ser un especialista para saber (o al menos sospechar) que eso le puede ocurrir, en diferentes grados, a todas las personas que cambian de comunidad lingüística. Por esa razón precisamente, la burla por el dejo y la discriminación por el acento son también universales.

En segundo lugar, quizá más grave, está el vehículo que escogen para presentar esa idea: una ridiculización. Los autores dicen estar usando el humor "como una herramienta de análisis", para reflexionar sobre la peruanidad. Sin embargo, parecen confundir humor con ridiculización. Creo que nadie puede estar en desacuerdo en que el humor puede ser una eficiente herramienta de análisis, y por tanto, una valiosa vía hacia el conocimiento. Pero los filósofos han denunciado desde siempre la profunda conexión entre el proceso de ridiculización y la ignorancia. Ridiculizar no es una forma de reflexión, ni una amenaza al sistema; es exactamente lo contrario, una manera de impedir la reflexión, una defensa ciega de la regla (al respecto, el ensayo "Lo cómico y la regla" de Umberto Eco, publicado en La estrategia de la ilusión, es iluminador). Quizá haya sido Platón, en el Filebo, quien lo dijo en forma más elocuente:
Sócrates.-Ridiculizar es una especie de vicio, un cierto mal hábito, que produce en nosotros un efecto contrario al mandato de la inscripción de Delfos.
Protarco.-¿Hablas, Sócrates, del precepto: conócete a ti mismo?
Sócrates.-Sí; y lo contrario es: no te conozcas a ti mismo
Platón. Filebo 48d
La reflexión no puede ser concebida solo como el punto de llegada del humor. Eso es cierto, por supuesto, desde el punto de vista del receptor, quien reflexiona al reírse, o después; pero el emisor del acto humorístico tiene que reflexionar antes de emitirlo, tiene que pensar detenidamente antes de transmitir su mensaje, tiene que informarse y meditar en serio. Porque, en efecto, el humor es una elevada forma de conocimiento, pero deja de serlo si se convierte en mera ridiculización. Es decir, a diferencia del humor, la ridiculización bloquea la filosofía, contribuye al enraizamiento de los prejuicios, oscurece nuestra forma de pensar. Eso es bastante evidente en el post que comentamos. Lejos de ser una reflexión sobre los contenidos de la peruanidad, el post atiza los prejuicios lingüísticos, y en consecuencia, proporciona un vehículo más para la discriminación. Y eso es lamentable.

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Thursday, June 19, 2008

 

La decadencia de la Académie française

En El sueño de Macsen Wledig, una leyenda galesa preartúrica que Lady Charlotte Guest incluyó en su traducción del Mabinogion, se cuenta que el emperador Magno Máximo (Macsen Wleding, en galés), agradecido por la crucial ayuda en la recuperación de su trono romano, les otorgó a sus aliados británicos "cualquier región que quieran en el mundo"; estos, al mando de Conan Meriadoc (Cynan ap Eudaf) y su hermano Gadeon, tomaron posesión de la Armórica, que entonces incluía todo el noroeste de la Galia. Los armóricos, por supuesto, se resistieron, pero sin suerte. Los hombres fueron ejecutados, aunque las mujeres fueron matenidas vivas. Alguien advirtió que esto representaba un terrible riesgo: puesto que el idioma de los armóricos era diferente al de sus conquistadores, si las mujeres armóricas iban a ser incorporadas a la nueva sociedad, necesariamente los idiomas se mezclarían, destruyendo la lengua conquistadora; la solución fue simple y terrible: le cortaron la lengua a todas las mujeres, para que no pudieran corromper la forma de hablar de sus hijos. Así la Armórica se convirtió en lo que ahora es la Bretaña, la región en el extremo noroccidental de Francia, donde todavía hoy quedan medio millón de hablantes de bretón, la lengua celta, pariente del galés, que los colonos britano-romanos llevaron allí en el siglo IV. La historia que cuenta El sueño de Macsen Wledig (y que también está anotada en las márgenes del manuscrito K de la Historia Brittonum, atribuida al monje Nennius) quizá sea el registro más viejo de un lingüicidio en Occidente, llevado a cabo de un modo que no podría ser más gráfico: arrancándoles la lengua a sus hablantes.

El bretón se impuso al armérico hace 1600 años, pero hoy es una lengua minoritaria en Francia, junto con las otras 28 lenguas diferentes al francés que conviven en ese país---hay casi dos millones de hablantes de occitano en el sur, millón y medio de alemánicos en Alsacia, un millón de hablantes de italiano, 100 mil hablantes de catalán, 75 mil de vasco, entre varios otros. Y eso sin contar docenas de dialectos de francés marcadamente distintos al parisino (sin ir muy lejos, los fundadores de la dialectología, Gilliéron y Rousselot, desarrollan sus ideas teniendo como modelo el patois francés). Como pasa en muchas partes, tampoco aquí las lenguas minoritarias reciben el menor reconocimiento por parte del Estado (Gilliéron y Rousselot ya advirtieron hace más de un siglo la progresiva desaparición de las lenguas regionales).

Como es bien conocido, Francia es un país excepcionalmente centralista, y eso se ha reflejado también en su política lingüística. Aunque la Académie française no fue la primera academia de la lengua en Europa (ese honor corresponde a la florentina Academia de la Crusca), rápidamente se constituyó en un modelo de institución normativa y su influencia en la formación del discurso prescriptivo en Occidente ha sido crucial. A pesar de su prestigio e influencia, la Académie française nunca ha sido un cuerpo formado por especialistas en el lenguaje, a diferencia de su homóloga española (la RAE); por esa razón, su trabajo científico ha sido realmente pobre: aunque fue fundada en 1635 (casi ochenta años antes de la RAE), la primera gramática académica del francés fue un breve volumen publicado en el siglo XX; en casi 400 años ha elaborado nueve ediciones de un diccionario, pero la última de ellas contiene apenas 23.500 palabras (compárese con las 23 ediciones del diccionario académico español, que hoy recoge más de 160.000 palabras y acepciones; además están las 5.000 páginas de la Gramática Descriptiva de la Lengua Española, y los numerosos proyectos en la que está embarcada nuestra RAE).

Demás está decir que la Académie française ha expresado siempre un olímpico desprecio por la variedad al interior del francés, y por las lenguas regionales de su país. Sin duda puede encontrar uno esa misma actitud en otras instituciones normativas, incluidas algunas academias españolas, especialmente en el pasado; sin embargo, en los últimos tiempos, como ya hemos señalado, la RAE ha empezado a verse a sí misma más como una institución científica y menos como un alcaide. La Académie Française, que alguna vez fue el modelo en el que la RAE se inspiró, no ha seguido ese sabio camino. La discípula ha superado largamente a la maestra.

En medio de las recientes discusiones sobre la reforma a la constitución francesa, se propuso la idea de incluir un reconocimiento constitucional a todas las lenguas de Francia. La Académie française ha protestado con solemnidad contra esta propuesta (gracias a Silvia Senz por la información). En un comunicado aprobado unánimenmente por les immortels (los inmortales, así se llaman a sí mismos los miembros de la Académie française) se declara:
Depuis plus de cinq siècles, la langue française a forgé la France. Par un juste retour, notre Constitution a, dans son article 2, reconnu cette évidence: "La langue de la République est le français".
Or, le 22 mai dernier, les députés ont voté un texte dont les conséquences portent atteinte à l’identité nationale. Ils ont souhaité que soit ajoutée dans la Constitution, à l’article 1er, dont la première phrase commence par les mots: "La France est une République indivisible, laïque, démocratique et sociale », une phrase terminale: "Les langues régionales appartiennent à son patrimoine". [...]
Au surplus, il nous paraît que placer les langues régionales de France avant la langue de la République est un défi à la simple logique, un déni de la République, une confusion du principe constitutif de la Nation et de l’objet d'une politique.
[Después de cinco siglos, la lengua francesa ha forjado Francia. Con toda justicia, nuestra constitución, en su artículo 2, reconoce esta verdad: "La lengua de la República es el francés".
El 22 de mayo pasado, los diputados han aceptado un texto cuyas consecuencias pueden dañar la identidad nacional. Se ha acordado que se añada a la Constitución, en su artículo 1, cuya primera frase comienza con las palabras "Francia es una República indivisible, laica, democrática y social", una frase mortal: "Las lenguas regionales corresponden a su patrimonio" [...]
Además, nos parece que colocar las lenguas regionales de Francia delante de la lengua de la República es un desafío a la simple lógica, una negación de la República, una confusión del principio constitutivo de la Nación y de las metas de la política]
Déclaration de l’Académie française, 12 de junio del 2008.
Como puede verse, la propuesta era más bien modesta, ni siquiera se trata de hacerlas oficiales, sino simplemente de mencionarlas, de reconocerlas constitucionalmente. La declaración de la Académie française provocó que el Senado rechazara esa modificación esta semana, así que no se trató de un acto inocente.

La posición de la Académie française, por completo absurda, está sin embargo en perfecta consonancia con el pobre desempeño científico que esta institución ha desarrollado a lo largo de su historia. Desprovista de filólogos y lingüistas, carece de la autoridad y el liderazgo necesarios para convocar una reflexión seria acerca del futuro del francés y sus relaciones con las otras lenguas. A diferencia de su colega española, se ha vuelto incapaz de incorporar en su trabajo los avances de las ciencias del lenguaje, y por lo tanto se convierte en una institución cada vez más inútil y en completa decadencia.

En ese sentido, su reciente declaración nos recuerda la pertinaz negativa del parlamento francés para actualizar los uniformes del ejército durante las Guerras Balcánicas (1912-1913) y el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Con el desarrollo de los rifles de largo alcance, se hizo necesario que los uniformes se pudieran camuflar con el terreno; por esa razón los ingleses adoptaron el color caqui y los alemanes, el gris oscuro. El ministro francés Adolphe Méssimy propuso al parlamento que el rojo y azul del uniforme fuera cambiado por un color menos visible; la reacción en la prensa y en las cámaras fue de rotundo rechazo (ni siquiera aceptaron cambiar el kepí por el casco); el diputado Alphonse Etienne, ex ministro de Guerra, resumió su oposición con estas palabras: Le pantalon rouge c'est la France ("El pantalón rojo es Francia"). Las consecuencias de esta catastrófica visión fueron terribles. Durante la Batalla de las Fronteras, en agosto de 1914, más de 200.000 soldados franceses pagaron con su vida esa absurda decisión (famosa es la masacre del Regimiento 246, marchando a campo abierto en sus pantalones rojos, sin cascos, con la banda militar tocando, contra un ejército alemán camuflado en gris y protegido con cascos)---recién en 1915 se iniciaría el cambio de uniforme.

Ni el pantalón rojo es Francia, ni el idioma francés es Francia. Si acaso "Francia" (o "España" o "Perú" o...) tiene algún sentido, este empieza y termina con los franceses, personas de carne y hueso que hablan diferentes lenguas y visten de distintos colores. Los signos, como saben los lingüistas, son arbitrarios.

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