Sunday, August 31, 2008

 

Lingüística Popular

Entre los incontables méritos de Leonard Bloomfield, uno de los padres fundadores de la lingüística norteamericana, está el reconocimiento científico de un fenómeno no por común menos peculiar: que el lenguaje es un recurrente tópico en el discurso mítico. Los hablantes construyen elaborados y complejos mitos acerca de las lenguas y el lenguaje: se imaginan lenguas con rasgos fantásticos, atribuyen mágicas propiedades a las palabras y a los rasgos gramaticales, usan las diferencias entre sus formas de hablar como medida para juzgar el carácter de las personas, imaginan que quienes no hablan exactamente como ellos son más sabios o más ignorantes, más inteligentes o más tontos. Bloomfield llamó a este fenómeno secondary responses to language (reacciones secundarias al lenguaje). Dejemos que el mismo autor nos lo describa un poco:

The speaker, when making the secondary response, shows alertness. His eyes are bright, and he seems to be enjoying himself. No matter how closely his statement adheres to tradition, it proffers it as something new, often as his own observation [...] Invariably, in my experience, the linguist's counter-statements are treated as eccentric personal notions---even by speakers who otherwise are aware of the cummulative character of science. [...] A physician, of good general background and education, who had been hunting in the north woods, told me that the Chippewa language contains only a few hundred words [...] When I tried to state the diagnostic setting, the physician [...] briefly and with signs of displeasure repeated his statement and then turned his back to me. A third person, observing this discourtesy, explained that I had some experience of the language in question. This information had no effect.

[El hablante, al elaborar la respuesta secundaria, se muestra en un estado de alerta. Sus ojos brillan y parece disfrutarlo. Sin importar cuán tradicionales sean sus afirmaciones, las profiere como algo nuevo, muchas veces como si fueran sus propias observaciones [...] Invariablemente, en mi experiencia, los contra-argumentos del lingüista son tratado como conceptos excéntricos de naturaleza personal---incluso por personas conscientes de la naturaleza de la ciencia. [...] Una vez un médico, de gran experiencia y buena educación, me dijo que el Chippewa tenía unos pocos cientos de palabras [...] Cuando traté de corregir el error, el médico [...], brevemente y con signos de disconformidad, repitió su afirmación y me dio la espalda. Otra persona, observando la descortesía, explicó que yo tenía alguna experiencia en esa lengua. Esta información no tuvo ningún efecto.]

Leonard Bloomfield (1944). Secondary and Tertiary Responses to Language. Language, 20, 2, pp. 45-55.


Estos temas hoy se estudian bajo el respetable rubro de Folk Linguistics (Lingüística Popular)---ver aquí un ejemplo de esos estudios aplicado en Costa Rica---un campo de trabajo relativamente descuidado en medio de las grandes discusiones que atraviesan la disciplina, pero que cada vez tiene más investigadores.

Ejemplos de reacciones secundarias, i.e. de Lingüística Popular, hay a lo largo y ancho de la producción académica y aficionada. La red, los blogs en particular, le han dado renovada fuerza a este fenómeno. Aquí mismo hemos discutido varios casos. Esta vez quiero añadir uno más, de la pluma del sociólogo Gonzalo Portocarrero, que construye un mito acerca del voseo argentino: esencialmente dice que el voseo es un reflejo del presunto egocentrismo bonaerense. Es una típica reacción secundaria: vincular arbitrariamente un rasgo gramatical con alguna propiedad personal de sus usuarios.

Los comentaristas tanto en el blog del autor como en Puente Aéreo (que ha llamado la atención sobre el post) han expuesto los dislates del texto original con suficiencia. Por ejemplo, correctamente señalan que el voseo no es exclusivamente argentino sino que está extendido por varios lugares de la geografía del español (como hasta Wikipedia registra puntualmente), lo que quiebra la pretendida vinculación entre ese fenómeno gramatical y el caráter argentino. Yo quiero ahora plantear una pregunta que me parece crucial y fascinante, en la línea que ya había marcado Bloomfield: ¿por qué alguien familiarizado con el discurso académico se inventa sin desparpajo un rollo tan patentemente falso, en agresivo conflicto con los más mínimos estándares de la disciplina lingüística? ¿de dónde sale esta compulsión por construir mitos sobre el lenguaje?

Por supuesto, Portocarrero no está solo en esa aventura, pero su texto ilustra un aspecto adicional de esta tendencia. Es frecuente encontrar que tales mitos se usan como instrumentos para discriminar a ciertos grupos sociales (se han usado contra afroamericanos, quechuahablantes, mujeres, inmigrantes, y un largo etc.) Pero este no es el caso de Portocarrero (ni de otros muchos) que se entretiene fascinado en una mágica vinculación entre el voseo y la personalidad argentina. Esto es crucial porque significa que el racismo, el sexismo, la discriminación no son realmente los que generan estos mitos (aunque bien se sirvan de ellos).

Una posibilidad es decir que quien los elabora no es tan ilustrado como cree, y que se trata simplemente de un acto de ignorancia. Tampoco creo que eso explique todo. Seguro que Portocarrero sabe tanto de bioquímica como de lingüística pero eso no lo ha impulsado a inventar un mito bioquímico. Por alguna razón, los inventores de mitos se creen con más derecho al lenguaje, a las sílabas, a las palabras, al voseo, que a la estructura celular.

Mi parte preferida de este mito es la siguiente:

Desde el punto de vista fonético ocurre que en el hablar porteño el énfasis suele trasladarse a la última sílaba. En vez de “manejas”, manejás. El cambio del acento a la última sílaba alarga la emisión del sonido (manejáas) de manera de sostener al hablante más tiempo en la posición activa de enunciador. La transgresión lleva implícito pues un reclamo de protagonismo.
Gonzalo Portocarrero. Observaciones indiscretas. Agosto, 2008

Es verdad que el acento final alarga la sílaba---aunque vale la pena recordar que esa es una propiedad del acento final en general, en todo el español, en forma independiente del voseo (publicóo, camióon, etc). Sin embargo, eso no puede ocurrir para sostener al hablante más tiempo en la posición activa de enunciador. Si eso fuera verdad, esperaríamos que los argentinos dijeran también "yo vengó", "ustedes vengán", etc, es decir, que todas las sílabas finales sean acentuadas (una posibilidad presente en otras lenguas, dicho sea de paso). Además está el pequeño detalle de que tal objetivo puede lograrse simplemente hablando más, enunciando más palabras. Cualquier hablante de cualquier lengua puede sostenerse más tiempo como enunciador simplemente hablando más. En efecto, es razonable suponer que quien habla mucho cree que tiene mucho que decir y puede ser acusado de ser un ególatra. ¿Por qué tendrían que recibir tal acusación todos lo que alargan la última sílaba de ciertas flexiones verbales en forma automática e inconsciente?

Evidentemente, lo que Portocarrero busca con desesperación es una cierta alegoría, un razonable cese de la arbitrariedad. Esa quizá es la verdadera fuerza detrás de los mitos lingüísticos (y tal vez, de todos los mitos): el miedo al azar, el horror a la falta de sentido (y por supuesto en nada se hace más dramático ese miedo que en el funcionamiento del lenguaje, el instrumento esencial de la significación).

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