Monday, October 16, 2006
El chipaya o la lengua de los hombres del agua
Bajo el sello del Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, acaba de publicarse El chipaya o la lengua de los hombres del agua, el muy anticipado libro de Rodolfo Cerrón-Palomino, una de las máximas autoridades en lenguas andinas, miembro de número de la Academia Peruana de la Lengua y quizá el más importante lingüista peruano en actividad (y, ejem, mi antiguo profesor en la PUCP). El doctor Cerrón-Palomino había venido trabajando en este proyecto por algunos años, y ya había presentado varios avances en diferentes artículos y ponencias.
El chipaya es una lengua hablada al suroeste del lago Poopó, en la región de Oruro (Bolivia). Es la última sobreviviente de la familia Uro-Chipaya, una de las más antiguas del Altiplano, que una vez se extendió hasta el Titicaca (incluyendo partes del actual territorio peruano). A pesar de eso, sus hablantes vivieron casi en el anonimato, invisibles para el mundo oficial, por mucho tiempo (fue el arqueólogo alemán Max Uhle quien identificó el chipaya por primera vez en 1894), y no contábamos con descripciones siquiera mínimas de la lengua hasta hace muy poco.
Este nuevo trabajo del doctor Cerrón-Palomino es doblemente bienvenido. Su investigación forma parte del Projecto Chipaya que el autor dirige junto con Enrique Bayón Aguirre, bajo los auspicios del Spinoza Program Lexicon and Syntax (Nijmegen, Holanda) y del Max Planck Institut (Leipzig, Alemania), así como con el soporte material del PROEIBANDES (Cochabamba) y del CEPA (Oruro). Los investigadores preparan también un diccionario y un estudio de las narraciones orales del pueblo chipaya. Ningún elogio podría exagerar la enorme contribución que estos esfuerzos aportan al estudio científico de esa lengua.
Pero el texto de Cerrón-Palomino se inserta también en un proyecto algo distinto pero no menos crucial. A diferencia de su pariente más próximo (el uro, que languidece con unos pocos hablantes), el chipaya ha experimentado en los últimos años un proceso de revitalización y cuenta hoy con cerca de dos mil hablantes (concentrados principalmente en la localidad de Santa Ana). Sus usuarios se han empeñado en conservar la lengua por muchos siglos y ahora, guiados por hablantes nativos entrenados en Lingüística, están enfrascados en la tarea de crear los instrumentos básicos para la institucionalización exterior del chipaya: un alfabeto, una instancia normativa (el Consejo de Implementación de la Lengua Nativa Uru Chipaya), entre otros. Como bien señala el lingüista peruano Luis Andrade (antiguo compañero de aulas universitarias) en su reseña en El Dominical de El Comercio:
El chipaya es una lengua hablada al suroeste del lago Poopó, en la región de Oruro (Bolivia). Es la última sobreviviente de la familia Uro-Chipaya, una de las más antiguas del Altiplano, que una vez se extendió hasta el Titicaca (incluyendo partes del actual territorio peruano). A pesar de eso, sus hablantes vivieron casi en el anonimato, invisibles para el mundo oficial, por mucho tiempo (fue el arqueólogo alemán Max Uhle quien identificó el chipaya por primera vez en 1894), y no contábamos con descripciones siquiera mínimas de la lengua hasta hace muy poco.
Este nuevo trabajo del doctor Cerrón-Palomino es doblemente bienvenido. Su investigación forma parte del Projecto Chipaya que el autor dirige junto con Enrique Bayón Aguirre, bajo los auspicios del Spinoza Program Lexicon and Syntax (Nijmegen, Holanda) y del Max Planck Institut (Leipzig, Alemania), así como con el soporte material del PROEIBANDES (Cochabamba) y del CEPA (Oruro). Los investigadores preparan también un diccionario y un estudio de las narraciones orales del pueblo chipaya. Ningún elogio podría exagerar la enorme contribución que estos esfuerzos aportan al estudio científico de esa lengua.
Pero el texto de Cerrón-Palomino se inserta también en un proyecto algo distinto pero no menos crucial. A diferencia de su pariente más próximo (el uro, que languidece con unos pocos hablantes), el chipaya ha experimentado en los últimos años un proceso de revitalización y cuenta hoy con cerca de dos mil hablantes (concentrados principalmente en la localidad de Santa Ana). Sus usuarios se han empeñado en conservar la lengua por muchos siglos y ahora, guiados por hablantes nativos entrenados en Lingüística, están enfrascados en la tarea de crear los instrumentos básicos para la institucionalización exterior del chipaya: un alfabeto, una instancia normativa (el Consejo de Implementación de la Lengua Nativa Uru Chipaya), entre otros. Como bien señala el lingüista peruano Luis Andrade (antiguo compañero de aulas universitarias) en su reseña en El Dominical de El Comercio:
Hoy, cuando [los chipaya] se encuentran debatiendo activamente sobre las mejores opciones para el desarrollo de su idioma, el trabajo de Cerrón-Palomino les proporciona un instrumento clave para seguir construyendo su propia historia.Casi no necesito añadir más, pero no quiero pasar por alto la oportunidad de subrayar cómo este caso nos revela, otra vez, que no tienen razón quienes se mofan de "los plañideros de las lenguas en extinción" bajo el argumento de que la preservación o muerte de una lengua nada tiene que ver con las condiciones de vida de sus hablantes. La historia de los chipaya (como la de muchos otros pueblos y comunidades que han intentado lo mismo en diferentes épocas y lugares) nos recuerda a todos cuán crucial es la lengua para la felicidad de sus hablantes.
Luis Andrade. El Dominical. 15 de octubre del 2006
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