Sunday, August 31, 2008

 

Lingüística Popular

Entre los incontables méritos de Leonard Bloomfield, uno de los padres fundadores de la lingüística norteamericana, está el reconocimiento científico de un fenómeno no por común menos peculiar: que el lenguaje es un recurrente tópico en el discurso mítico. Los hablantes construyen elaborados y complejos mitos acerca de las lenguas y el lenguaje: se imaginan lenguas con rasgos fantásticos, atribuyen mágicas propiedades a las palabras y a los rasgos gramaticales, usan las diferencias entre sus formas de hablar como medida para juzgar el carácter de las personas, imaginan que quienes no hablan exactamente como ellos son más sabios o más ignorantes, más inteligentes o más tontos. Bloomfield llamó a este fenómeno secondary responses to language (reacciones secundarias al lenguaje). Dejemos que el mismo autor nos lo describa un poco:

The speaker, when making the secondary response, shows alertness. His eyes are bright, and he seems to be enjoying himself. No matter how closely his statement adheres to tradition, it proffers it as something new, often as his own observation [...] Invariably, in my experience, the linguist's counter-statements are treated as eccentric personal notions---even by speakers who otherwise are aware of the cummulative character of science. [...] A physician, of good general background and education, who had been hunting in the north woods, told me that the Chippewa language contains only a few hundred words [...] When I tried to state the diagnostic setting, the physician [...] briefly and with signs of displeasure repeated his statement and then turned his back to me. A third person, observing this discourtesy, explained that I had some experience of the language in question. This information had no effect.

[El hablante, al elaborar la respuesta secundaria, se muestra en un estado de alerta. Sus ojos brillan y parece disfrutarlo. Sin importar cuán tradicionales sean sus afirmaciones, las profiere como algo nuevo, muchas veces como si fueran sus propias observaciones [...] Invariablemente, en mi experiencia, los contra-argumentos del lingüista son tratado como conceptos excéntricos de naturaleza personal---incluso por personas conscientes de la naturaleza de la ciencia. [...] Una vez un médico, de gran experiencia y buena educación, me dijo que el Chippewa tenía unos pocos cientos de palabras [...] Cuando traté de corregir el error, el médico [...], brevemente y con signos de disconformidad, repitió su afirmación y me dio la espalda. Otra persona, observando la descortesía, explicó que yo tenía alguna experiencia en esa lengua. Esta información no tuvo ningún efecto.]

Leonard Bloomfield (1944). Secondary and Tertiary Responses to Language. Language, 20, 2, pp. 45-55.


Estos temas hoy se estudian bajo el respetable rubro de Folk Linguistics (Lingüística Popular)---ver aquí un ejemplo de esos estudios aplicado en Costa Rica---un campo de trabajo relativamente descuidado en medio de las grandes discusiones que atraviesan la disciplina, pero que cada vez tiene más investigadores.

Ejemplos de reacciones secundarias, i.e. de Lingüística Popular, hay a lo largo y ancho de la producción académica y aficionada. La red, los blogs en particular, le han dado renovada fuerza a este fenómeno. Aquí mismo hemos discutido varios casos. Esta vez quiero añadir uno más, de la pluma del sociólogo Gonzalo Portocarrero, que construye un mito acerca del voseo argentino: esencialmente dice que el voseo es un reflejo del presunto egocentrismo bonaerense. Es una típica reacción secundaria: vincular arbitrariamente un rasgo gramatical con alguna propiedad personal de sus usuarios.

Los comentaristas tanto en el blog del autor como en Puente Aéreo (que ha llamado la atención sobre el post) han expuesto los dislates del texto original con suficiencia. Por ejemplo, correctamente señalan que el voseo no es exclusivamente argentino sino que está extendido por varios lugares de la geografía del español (como hasta Wikipedia registra puntualmente), lo que quiebra la pretendida vinculación entre ese fenómeno gramatical y el caráter argentino. Yo quiero ahora plantear una pregunta que me parece crucial y fascinante, en la línea que ya había marcado Bloomfield: ¿por qué alguien familiarizado con el discurso académico se inventa sin desparpajo un rollo tan patentemente falso, en agresivo conflicto con los más mínimos estándares de la disciplina lingüística? ¿de dónde sale esta compulsión por construir mitos sobre el lenguaje?

Por supuesto, Portocarrero no está solo en esa aventura, pero su texto ilustra un aspecto adicional de esta tendencia. Es frecuente encontrar que tales mitos se usan como instrumentos para discriminar a ciertos grupos sociales (se han usado contra afroamericanos, quechuahablantes, mujeres, inmigrantes, y un largo etc.) Pero este no es el caso de Portocarrero (ni de otros muchos) que se entretiene fascinado en una mágica vinculación entre el voseo y la personalidad argentina. Esto es crucial porque significa que el racismo, el sexismo, la discriminación no son realmente los que generan estos mitos (aunque bien se sirvan de ellos).

Una posibilidad es decir que quien los elabora no es tan ilustrado como cree, y que se trata simplemente de un acto de ignorancia. Tampoco creo que eso explique todo. Seguro que Portocarrero sabe tanto de bioquímica como de lingüística pero eso no lo ha impulsado a inventar un mito bioquímico. Por alguna razón, los inventores de mitos se creen con más derecho al lenguaje, a las sílabas, a las palabras, al voseo, que a la estructura celular.

Mi parte preferida de este mito es la siguiente:

Desde el punto de vista fonético ocurre que en el hablar porteño el énfasis suele trasladarse a la última sílaba. En vez de “manejas”, manejás. El cambio del acento a la última sílaba alarga la emisión del sonido (manejáas) de manera de sostener al hablante más tiempo en la posición activa de enunciador. La transgresión lleva implícito pues un reclamo de protagonismo.
Gonzalo Portocarrero. Observaciones indiscretas. Agosto, 2008

Es verdad que el acento final alarga la sílaba---aunque vale la pena recordar que esa es una propiedad del acento final en general, en todo el español, en forma independiente del voseo (publicóo, camióon, etc). Sin embargo, eso no puede ocurrir para sostener al hablante más tiempo en la posición activa de enunciador. Si eso fuera verdad, esperaríamos que los argentinos dijeran también "yo vengó", "ustedes vengán", etc, es decir, que todas las sílabas finales sean acentuadas (una posibilidad presente en otras lenguas, dicho sea de paso). Además está el pequeño detalle de que tal objetivo puede lograrse simplemente hablando más, enunciando más palabras. Cualquier hablante de cualquier lengua puede sostenerse más tiempo como enunciador simplemente hablando más. En efecto, es razonable suponer que quien habla mucho cree que tiene mucho que decir y puede ser acusado de ser un ególatra. ¿Por qué tendrían que recibir tal acusación todos lo que alargan la última sílaba de ciertas flexiones verbales en forma automática e inconsciente?

Evidentemente, lo que Portocarrero busca con desesperación es una cierta alegoría, un razonable cese de la arbitrariedad. Esa quizá es la verdadera fuerza detrás de los mitos lingüísticos (y tal vez, de todos los mitos): el miedo al azar, el horror a la falta de sentido (y por supuesto en nada se hace más dramático ese miedo que en el funcionamiento del lenguaje, el instrumento esencial de la significación).

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Comments:
Miguel: el grado de estupidez de la tesis de Portocarrero me recuerda a la análoga de Amado Alonso, que decía que el voseo era marca inequívoca de inferioridad, "encrespamiento del alma al pensar en someterse a cualquier norma medianamente trabajosa". Lo que sirve para demostrar que los prejuicios lingüísticos no son ajenos a los estudiosos de la lengua. García de la Concha o Grijelmo siguen profiriendo insensateces semejantes al día de hoy.

En otro orden de cosas: la relación entre anomalía semántica y gramaticalidad es, me parece, un poco más compleja de lo que da a entender tu post en Puente Aéreo. La cuestión de los roles temáticos (y/o roles theta, según a que gramática adhiera uno) puede asociar las exigencias semánticas respecto de los ocupantes de los roles con la gramaticalidad. Y una gramática que incorpore la dimensión pragmática dirá que el uso (no la mención) de la proverbial "colourless green ideas..." es agramatical salvo en condiciones muy excepcionales.

De todos modos, siempre que se menta a Chomsky las disputas tienden a agudizarse. Quizás tenga que ver con lo que sugería Hoey en Persuasive Rhetoric in Linguistics: A Stylistic Study of Some Features of the Language of Noam Chomsky.

Saludos.
 
"Esta apreciación es una síntesis intuitiva (sic) que nace de la escucha en calles y cafés", nos aclara el autor.
Para la próxima está escuchando taxistas.
 
Precisamente, Alon, la famosa oración chomskiana:

(1) Incoloras ideas verdes duermen furiosamente

Tiene el propósito de ayudarnos a distinguir entre "significado" y "sintaxis".

En otras palabras, hay un punto de vista según el cual (1) es gramatical, a saber, desde el punto de vista sintáctico.

Uno puede enriquecer la noción de gramática con consideraciones semánticas o discursivas que hagan de (1) algo agramatical. Eso es válido. Pero lo que no puede hacer es decir que las reglas sintácticas necesarias para la formación de (1) tienen acceso a la información semántica---no puede decir, por ejemplo, que para hacer pasivas en una lengua se necesita saber si los caballos tienen los mismos derechos que los seres humanos.
 
Creo que nadie discute la corrección sintáctica de la frase en cuestión, Miguel, ni la independencia en principio de los niveles sintáctico y semántico. Pero es no es lo que decía Chomsky, al menos desde mi lectura. El comentario en Chomsky (1957: 15, énfasis añadido) es, textualmente, "Yet (1), though nonsensical, is grammatical, while (2) is not." Y a lo que justamente apuntaba yo en mi comentario anterior es que la identificación entre gramaticalidad y syntactic well-formedness (me elude ahora el término en castellano) es, como mínimo, discutible. No todas las gramáticas relegan la semántica al terreno de la aceptabilidad.
 
Es interesante que los mitos lingüísticos a los que te refieres, Miguel, muchas veces sostienen la superioridad del otro. Por ejemplo, cuando los hablantes de español afirman, como he escuchado muchas veces, que la "rigurisidad" del alemán hace a los germanoparlantes más aptos para el razonamiento lógico y la filosofía, mientras que la frondosidad del español nos aleja de esa posibilidad.
 
Miguel, estupendo como siempre. Leí esta mañana el artículo de Portocarrero (me lo hizo llegar nuestra común amiga Nila Vigil) y estaba pensando en cómo contestarle, pero pensé que mi verborragia podía ser usada como argumento en mi contra (como bien argentina que soy) :)
Hablando en serio, me gustó mucho este aporte de Bloomfield.
 
Que buen post, Miguel. Debo confesar que cuando leí el post de Portocarrero no me pareció que hablaba en serio. Pero así piensa el sociólogo, en verdad.

En cuanto a lo de qué información necesito tener para construir una oración, me parece que depende de mi unidad análisis. Para la lingüística frasal, no es importante la información estralingüística, pero para quienes estudian las oraciones no "como ejemplos de pizarra" (y esto no lo digo en mala onda) sino como un enunciado producido por alguien en una situación determinada, si es relevante saber ciertas cosas del sistema de creencias donde se produce el enunciado. Creo que es hacia allí hacia donde apunta lo de las pasivas y los caballos.

saludos
 
La observación descrita por el sociólogo (en vez de "manejas", "manejàs") ya es por sí misma inexacta. La forma canónica u original es "manejáis" (vos). Resulta que el acento ya estaba, y se ha perdido una vocal.

Ergo, si su teoría fuera correcta, el habla de los porteños sería síntoma de economía expresiva, contención verbal, personalidad discreta, etc, etc.

Corregirá su tesis, como buen científico?

Santiago
 
Muy pertinente la observación de Santiago. En efecto, también la forma peninsular "manejáis" lleva acento final, así que eso no es en absoluto relevante para hablar de la personalidad argentina. Por otra parte, otras flexiones verbales tienen el acento final: (publicó) en el español.

Con respecto al comentario de Alon sobre Chomsky, el problema es el mismo. "Gramática" es un concepto técnico que se define en el marco de una teoría. Si tú quieres usar "gramática" para incluir el significado o el color del pelo de los hablantes, pues eres bienvenido. Será una noción de gramática G1 distinta a otra noción G2. Pero si haces eso, no puedes decir que G1 prueba que G2 está equivocada. Es simplemente otra concepción. Eso no quiere decir que cualquier cosa vale. Pero para medir la fuerza explicativa de G1 y G2 necesitamos discutir datos concretos y las predicciones correspondientes. Agregar el significado como una condición adicional de lo gramatical no cuestiona para nada que lo sintáctico sea autónomo. Y la tesis de Chomsky no se reduce a una opción terminológica de cómo llamar a un fenómeno o proceso. La tesis es que la sintaxis es un componente independiente de otros.

Si lo de las pasivas y los caballos apunta a lo que dice Nila, entonces yo no tengo nada que objetar. Estoy cien por ciento de acuerdo. Pero si apunta a decir que no existe un sistema que forma pasivas sin tener en cuenta a los caballos, entonces requeriría sólida evidencia al respecto. Nadie la ha proporcionado todavía.
 
Hola, Miguel:

Fuiste mi profesor de Lengua 1 y sigues siendo tan o más claro que entonces. Me parece que tu texto es estupendo. Y lo de Portocarrero, bueno, qué decir. Sin comentarios.

Sobre lo de los caballos y las pasivas, se me ocurre algo que puede ser interesante. Las lenguas pano son conocidas por sus complejos sistemas de switch reference. La lengua en la que yo trabajo, cashibo, es probablemente una de las más complejas con respecto a ese sistema. Cada vez que incluyes una clausula adverbial, esta va acompañada de sufijos que marcan la relación temporal con respecto a la clausula principal, predicen el valor de transitividad del verso de esa oración y, desde luego, información sobre si los sujetos o los objetos en ambas cláusulas son los mismos o diferentes.
Y ese es el punto. En la lengua puedes tener algo asi:

mientras su sangre caía-Sujetos identicos, María lloraba.

La oración: "mientras su sangre caía-Sujetos diferentes, María lloraba" es agramatical. Es decir que para usar bien ese recurso morfosintáctico, debes saber, por lo menos, que la sangre es parte del cuerpo y que ese tipo de posesión es inalienable.
Yo me puse muy contento cuando descubrí eso, pero luego comprobé que tal dato era relativamente comun para lenguas de Papua Guinea, también conocidas por sus sistemas de switch reference.

Me gustaría saber qué piensas

muchos saludos,

Roberto
 
Los sistemas de switch reference son en efecto muy interesantes. Sin embargo, no veo yo cómo se relaciona eso con lo de los caballos o con la vinculación entre lenguaje y cultura. Esa es una posibilidad de las lenguas así como hay varias otras. Que el sistema sea diferente, o incluso muy diferente, al que estamos acostumbrados, nada dice sobre aquella relación.

No hay que olvidar que las lenguas dominantes del mundo provienen casi todas del tronco indoeuropeo. No es extraño que sean diferentes a lenguas provenientes de otros ramales. Exocitizar los hallazgos no es otra cosa que una forma sutil de exclusión.

Con respecto a los datos. Switch Reference ocurre solo con cláusulas adverbiales? ¿Y las que están como objeto directo?
 
Veo que el (poco feliz) artículo de Portocarrero ha derivado en una muy interesante discusión sobre lo que es "gramatical" y "agramatical". El ejemplo que puse sobre los caballos en la jerarquía de control de los navajo (lo puse en el Blog Puente Aéreo) tenía como objetivo mostrar la relación indivisible entre lenguaje y cultura en aspectos más sistemáticos. En ese mismo sentido, el ejemplo de Roberto apunta a otra opción (comparada con las lenguas indoeuropeas) de representación de las relaciones gramaticales: la inalienabilidad como una marca de posesión crea "gramaticalidad" o "agramaticalidad" en las frases porque las personas entienden que ciertas características conceptuales están sistematizadas. Las opciones que los hablantes tienen para usar sus lenguas son muchísimas y son producto de la interacción de muchos factores externos (uso, repetición, influencia de otras lenguas, etc.) e internos (memoria, principios cognitivos generales, tradiciones culturales, etc.)

Decir que el lenguaje y la cultura tiene relación no significa ser un relativista (al menos, no un radical). la cultura puede entenderse como una forma de sistematización de la realidad a través de creencias/mitos, costumbres, relaciones de parentezco, etc., etc. Justamente, ese es el aporte del estructuralismo en la antropología, literatura, y otras ciencias humanas. Hay un sistema y ese sistema es un ordenamiento o clave de la realidad que los hablantes toman como base de referencia para sus interacciones y razonamientos.

No hay determinismo alguno en las estructuras gramaticales que se desarrollan en una cultura. Nadie dice que los hablantes no se puedan salir de esos marcos, porque, de hecho, la creatividad de la mente humnana sobrepasa cualquiera de esas limitaciones. Específicamente, la frase "Verdes ideas incoloras duermen furiosamente" tiene sentido porque la gramática guía el proceso de construcción de significado. Es gramatical y, al mismo tiempo, tiene sentido. Cualquier persona que conozca un poco de poesía luego de un poco de reflexión tiene que admitir que que cualquier frase que sea gramatical tiene sentido en alguno de sus infinitamente posibles usos. Pero mejor todavía, no hay que ser poeta: solo hay que ser hablante para dar sentido a las frases guiándonos por las pautas de la gramática. En pocas palabras, toda frase que usa suficientemente la gramática para producir una pauta de comprensión tiene sentido. No hay "frases sin sentido" si uno puede usar la gramática como guía. Sentido y gramática, entonces, no deben distinguirse salvo en casos muy excepcionales.

Por esa razón, hablar de oraciones gramaticales y agramaticales es solo hablar de dos extremos solo motivados metodológicamente en una teoría. Se dice que una oración es agramatical si viola ciertos principios de conformación de estructura, y es gramatical si se atiene a estos principios. ¿Y si la oración viola "un poquito" las normas?

Por ejemplo, una ex-alumna mía de la PUCP me señaló a un pajarito metiéndose en la cafetería de letras y me dijo: "Ese pajarito se entró nomás en la cafetería para robarse la comida". Yo pensé de inmediato que había algo raro en la frase, pero me pareció perfectamente construible en un instante: el verbo "entrarse".Yo no lo uso, pero lo puedo conceptualizar.

Obviamente, en términos chomskianos, mi gramática tiene la entrada léxica "entrar" marcada como [-reflexivo] (o algo por el estilo). Sin embargo, la puedo "marcar", para seguir con la jerga lingüística, con muy poco esfuerzo, pero esfuerzo al fin y al cabo, como [+reflexivo] y crearme la imagen del pajarito en cuestión entrándose en la cafetería para zamparse algo.

Estamos frente a una forma de dativo ético, o algo por el estilo, el nombre es lo de menos, porque en ese contexto: "entrar para robarse algo" es una forma de "ganarse algo o beneficiarse de algo", así como en la frase "se comió la torta". En pocas palabras, la idea de "robarse algo" algo influye al verbo "entrar" y le da carta libre para ser [+ reflexivo].

Este es un ejemplo pequeñito nomás de como lo que es "agramatical" en una gramática (la de Carlos Molina) termina siendo "gramatical" en menos de 2 segundos sin tener que apelar a transformaciones o chequeo de rasgos o algo así. Simplemente construcciones y conceptos asociados por metonimia (en este caso, el procedimiento, "entrar" incluye el objetivo sobreentendido "robar").

No existe la "agramaticalidad" tal y como Chomsky y sus seguidores han venido diciendo desde hace ya bastantes décadas. Solo son "agramaticales" los galimatías como "Pedro a pegó con Pepe le martillo un" (es decir, "Pedro le pegó a Pepe con un martillo"). Son "agramaticales" solo porque se desvían tanto del uso común al que un hablante está acostumbrado que comprenderlas asumiría un esfuerzo tan grande que quiebra la comunicación entre los individuos.

Esta forma de ver la gramática no es "idealizada" como propone Chomsky en "Aspectos", es una visión basada en el uso (usage based theories) y que supone que el lenguaje es un instrumento de comunicación (una teoría funcionalista del lenguaje). Si uno ve el lenguaje de este modo, no está cayendo en extremos relativistas (como Whorf) o en extremos reduccionistas que enajenan al lenguaje del uso y la cognición general (como Chomsky).

Saludos!
 
No creo que nadie pueda decir que una oración que emite un hablante en un contexto normal sea agramatical. Nadie duda tampoco que "entrarse" sea una posibilidad. Solo un prescriptivista puede asustarse de "entrarse". El hecho de que algunos no lo acepten meramente indica que hay variación lingüística, un hecho que nadie discute.

Si la agramaticalidad va a definirse como "alejarse del uso común", bueno es una opción. Eso no significa que no exista. Lo gramatical se define en función de un cierto conjunto de principios; otra cuestión es cómo se definen esos principios.

Nada hay más idealizado que "basarse en el uso". Recoger un corpus, sacar promedios, encontrar correlaciones estadísticas, etc. Todo eso es idealizar. Es una estrategia general de las ciencias.
 
Gracias por este aporte sobre Bloomfiled, Muy interesante
 
Navegando por la web, ávido de una lectura interesante -para mí- me encontré con este blog que ya pasé a mis favoritos...
Excelente post éste por cierto!
...y todos los demás!
Lástima que no postées desde agosto...
Bueno, espero ansioso otro jugoso aporte
Muchas Gracias! por compartir tus conocimientos.

Saludos!

Atte. José
 
Las obras de Álex Grijelmo contienen una verdadera batería de mitos lingüísticos de calibre parecido. Un solo ejemplo, de los muchos que ofrece este rey del disparate lingüístico:
«No parece ninguna casualidad que la cultura anglosajona haya dado a la primera persona gramatical una letra mayúscula (I), por la que sale el ego individual de cada uno mediante el cual acabarán buscando su cuarto de hora de gloria, ni que los españoles otorguen a su representación colectiva siempre el primer lugar de cualquier fusión: un jugador de nacionalidad hispanoamericana, un convenio hispanomarroquí, un convenio hispanoárabe, expresiones que nunca veremos escritas al revés: argentinoespañol, marroquinohispano o arabigoespañol, si es que existen estas fórmulas alternativas. La presencia superflua del “yo” no molesta al genio del francés o el inglés, al contrario. Pero en español no podemos escribir o hablar así: “Ángeles está apenada porque ella no se esperaba un suspenso. Ella es sensible, y ella acusa mucho los reveses académicos a pesar de que ella tiene mucha experiencia en exámenes difíciles”. Sin embargo, esta frase se puede trasladar con todas sus palabras al inglés o al francés. El anglosajón también piensa muchos más adjetivos posesivos que el hispanohablante, y quizá por todo eso tiende a mirar el globo terráqueo sólo en cuanto guarda relación con su persona o, como mucho, su país. [...] Por el contrario, el genio del español prescinde de estas partículas egocéntricas, y así, un futbolista se ha lesionado en “la” pierna derecha y no en “su” pierna derecha [...]. Sin embargo, los frecuentes calcos del inglés que esparcen los periodistas —y las malas traducciones palabra por palabra pero no idioma por idioma— conducen actualmente a expresiones antinaturales en español como “saca Cañizares de portería con su pierna derecha” [...]. El académico Emilio Lorenzo interpreta esta tendencia como un indicio de que ya nos ha invadido el mercado del consumo y de la individualidad. Puede ser. Pero también parece posible que la imitación del habla inglesa nos esté cambiando la manera de sentir» (Fuente: Á. Grijelmo, Defensa apasionada del idioma español, Taurus, 1998, pp. 150-151).
 
Las obras de Álex Grijelmo contienen una verdadera batería de mitos lingüísticos de calibre parecido. Un solo ejemplo, de los muchos que ofrece este rey del disparate lingüístico:
«No parece ninguna casualidad que la cultura anglosajona haya dado a la primera persona gramatical una letra mayúscula (I), por la que sale el ego individual de cada uno mediante el cual acabarán buscando su cuarto de hora de gloria, ni que los españoles otorguen a su representación colectiva siempre el primer lugar de cualquier fusión: un jugador de nacionalidad hispanoamericana, un convenio hispanomarroquí, un convenio hispanoárabe, expresiones que nunca veremos escritas al revés: argentinoespañol, marroquinohispano o arabigoespañol, si es que existen estas fórmulas alternativas. La presencia superflua del “yo” no molesta al genio del francés o el inglés, al contrario. Pero en español no podemos escribir o hablar así: “Ángeles está apenada porque ella no se esperaba un suspenso. Ella es sensible, y ella acusa mucho los reveses académicos a pesar de que ella tiene mucha experiencia en exámenes difíciles”. Sin embargo, esta frase se puede trasladar con todas sus palabras al inglés o al francés. El anglosajón también piensa muchos más adjetivos posesivos que el hispanohablante, y quizá por todo eso tiende a mirar el globo terráqueo sólo en cuanto guarda relación con su persona o, como mucho, su país. [...] Por el contrario, el genio del español prescinde de estas partículas egocéntricas, y así, un futbolista se ha lesionado en “la” pierna derecha y no en “su” pierna derecha [...]. Sin embargo, los frecuentes calcos del inglés que esparcen los periodistas —y las malas traducciones palabra por palabra pero no idioma por idioma— conducen actualmente a expresiones antinaturales en español como “saca Cañizares de portería con su pierna derecha” [...]. El académico Emilio Lorenzo interpreta esta tendencia como un indicio de que ya nos ha invadido el mercado del consumo y de la individualidad. Puede ser. Pero también parece posible que la imitación del habla inglesa nos esté cambiando la manera de sentir» (Fuente: Á. Grijelmo, Defensa apasionada del idioma español, Taurus, 1998, pp. 150-151).
 
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