Tuesday, December 12, 2006

 

Pronuncien a la española

¿Qué factores están detrás del discurso normativo? Esa no es una pregunta de respuesta sencilla, por supuesto. Pero sí hay dos fuerzas que con enorme frecuencia impulsan las prescripciones: una es la necesidad de prestigiar a un grupo sobre otro, la otra es la obsesión por neutralizar la variedad. Dos ejemplos quiero comentar aquí que ilustran transparentemente estos principios.

El primero lo encontramos en el Esbozo a una Nueva Gramática de la Lengua, publicado por la Real Academia en 1973. Al presentar las características de la entonación española, el Esbozo advierte:

El breve examen que haremos aquí de la entonación española refleja los usos que han dominado Madrid dentro de los últimos cincuenta años en el seno de familias burguesas de antiguo abolengo madrileño y en gran parte de los medios universitario y cultos. Dar una idea, por somera que fuese, de la variedad de acento que llena la vasta geografía de habla española habría sido empresa imposible, hoy por hoy, de llevar a cabo y no parece necesario encarecerla.
RAE, Esbozo a una Nueva Gramática de la Lengua, 1973, p.102
Nada tiene de malo, claro está, que una descripción lingüística se circunscriba a una determinada geografía o a un grupo social, pero lo que aquí llama la atención es el hecho de que, a pesar de reconocer que la entonación de los medios universitario y cultos está lejos de representar la de todos los hablantes del español, a los autores del Esbozo, no les importa estudiar otros patrones entonacionales, ni siquiera les parece necesario encarecer en otros tal objecto de estudio. La sugerencia es clara: el español es meramente eso que hablan los que tienen antiguo abolengo madrileño.

Es tentador ver en esta actitud una postura neocolonial, una forma de restablecer la hegemonía de la metrópoli, de monopolizar el tráfico del sentido. Pero esa explicación, cualesquiera que sean sus méritos, pierde de vista algo crucial. El discurso prescriptivo no surge únicamente en estas circunstancias; de hecho, tenemos evidencia de que surge toda vez que hay variación lingüística al interior de un grupo humano. Lo cual me lleva a mi segundo ejemplo.

Debo esta anécdota a uno de los participantes de la lista Apuntex, un reciente (y muy animado) grupo de discusión sobre la lengua española:

El año pasado mis hijos concurrieron a un instituto privado. Por una supuesta adherencia a las reglas, no los exoneraron de ir a clase de inglés (hablan el inglés perfectamente, claro, tan bien como cualquier adulto angloparlante), como les sugerí al principio del curso. Pues hete aquí que no solamente los respectivos profesores no aprovecharon para nada la presencia de dos hablantes nativos (y muy espabiliados y leídos) en sus aulas sino que, por separado, les pidieron a mis hijos que "pronunciaran [el inglés] a la española" para que los demás pudieran entender lo que hablaban.
Tenemos aquí un notable ejemplo del esfuerzo por neutralizar la variación, incluso si eso implica hablar "mal". La norma que se trata de imponer en este caso no es una forma "correcta" (definida por el prestigio, digamos); todo lo contrario, se trata de forzar a hablantes nativos de inglés a pronunciar su lengua a la española, es decir, a pronunciar las palabras inglesas como lo hacen los hablantes de español cuando están aprendiendo ese idioma, para que los demás pudieran entender. Esto, con todos los puntos y las íes, es un enunciado prescriptivo.

Si a alguno le parece exagerada esta conclusión, revise cualquiera de las proclamas normativas. Por ejemplo, esta reciente columna de Abelardo Oquendo en La República, llamando al buen uso de nuestra lengua:

para que preservemos la inteligibilidad y la unidad de nuestro idioma. Un idioma que nos permite comunicarnos con los varios cientos de millones de personas que hablan español y que, por eso, importa muchísimo mantener uno y el mismo.
Abelardo Oquendo, La República 5 de diciembre del 2006

Como en todos los casos en que esta proclama se enuncia, nadie nos dice con qué criterio exactamente vamos a decidir cuál de las variedades de nuestro idioma van a considerarse buen uso, a quién vamos a obligar a pronunciar a la española, a hablar mal su idioma---eso es exactamente lo que pasa cuando le pedimos a alguien que hable como nosotros: le estamos pidiendo que hable mal su propia lengua.

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